Con su sombrero y sus gafas era otra. Se estaba planteando
las cosas. Una vez más. Pero disfrutaba con su vida, a pesar de que no le
gustaba su casa, ni sus compañeros, ni las moscas del contenedor, ni el
horrible hedor que salía de la nevera cada vez que la abría.
Vivía en una
residencia al sur de París llena de ingenieros. Al principio la idea le había
resultado tentadora. “A lo mejor conozco a alguien interesante”, se decía. Pero
lo único que conoció fue la capa de mugre que cubría las paredes de su habitación.
Esa semana tenía clase de fotografía y tenía muchas ganas de revelar la foto
que le hizo a un perro en frente de Notre-Dame.
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