lunes, 31 de marzo de 2014

Próxima parada: Sant Just. Parte IV.



Con las manos menos húmedas que antes, llamó a la puerta y desde su interior se escuchó una voz masculina que le permitía el paso. Susana cogió el pomo metálico que en su mano parecía hielo y lo giro para abrir. Al entrar, vio a dos personas allí, eran dos hombres, pero ninguno de ellos tenía aspecto de sacerdote.
El más alto de los dos la miró directamente a los ojos y cogiendo unos papeles de una mesa le dedicó una gran sonrisa. El otro, que rondaría los cuarenta, estaba al otro lado de la habitación, colocando una gran pila de libros en una estantería. Acercándose hacia ella y quitándole el papel de las manos a su compañero, que seguía mirándola y sonriendo, dijo:
-Susana, ¿verdad?
- Sí, soy yo. – contestó no muy segura de sí misma. Estaba abstraída y bastante intrigada por aquel chico tan alto que parecía una estatua desde que había entrado en la sala. No podía dejar de mirarlo.
- Perfecto, te estábamos esperando. Bienvenida. Mi nombre es Eugenio y soy el coordinador de las reuniones. Éste es José.

viernes, 28 de marzo de 2014

Próxima parada: Sant Just. Parte III



Aquella señora tan peculiar había estado escuchando la conversación con el conductor y en vista de la poca ayuda que éste le había dado, que ni buen conductor ni buen guía, se había ofrecido para indicarle el camino hasta la iglesia ya que solía ir por allí todos los domingos. Transcurrieron pocos minutos hasta que llegaron a la parada, y ya en la calle   hablaron de cosas sin importancia. Susana miró de nuevo su reloj, quedaban solo quince minutos para que empezara la reunión y la señora del abanico, que por la cara de Susana se había dado cuenta de que tenía prisa, se despidió y le deseo suerte en su vida. A los cinco minutos, Susana ya estaba frente a la iglesia. Era un edificio no muy alto, aunque sobresalía un poco de las casas que había al lado que tan solo contaban con tres alturas. Para entrar había que subir dos tramos de escaleras de piedra blanca, pero según le habían indicado, Susana tendría que torcer por la esquina de la calle y entrar por el lateral, ya que ella se dirigía a los salones parroquiales y no al templo en sí.  

Así que, tras mirar un poco la arquitectura del edificio se alejó de las escaleras, con el pensamiento de volver otro día un poco antes para ver la iglesia por dentro. Al torcer la esquina se topó con una verja que estaba abierta y tras ella, una enorme puerta de madera que invitaba a entrar. Una vez dentro, Susana observó curiosa la estancia. Las paredes eran de color blanco y los techos más altos que los de la entrada principal. A cada lado de la sala había un banco de madera con almohadillas rojas desgastadas por el uso. Susana pensó que seguramente se trataba de los bancos antiguos de la iglesia y, de repente, se imaginó a la mujer del autobús sentada en uno de ellos. Esa mujer le había animado aquel viaje tan agobiante y, gracias a ella, Susana se sentía más calmada. Siguió caminando y decidió probar suerte en una puerta que se encontraba a la derecha; en ella había un cartel. Despacho parroquial.

martes, 25 de marzo de 2014

Próxima parada: Sant Just. Parte II



Al torcer por una esquina, el autobús dio un bote y el abanico de la señora de los caracolillos cayó al suelo, sacando a Susana de sus pensamientos. La mujer, con cara de disgusto miró al conductor, que seguía conduciendo como si nada, y al ver que no había remedio, se cruzó de brazos y miró por la ventanilla.  Fuera, el sol ya no se veía y las hojas de los árboles se agitaban como si les faltara el aire. Susana, de repente, recordó algo y se agachó para coger la mochila que tenía en sus pies. La abrió con mucho cuidado para no darle un codazo al señor que tenía sentado a su lado. Era un hombre bastante corpulento y parecía que la piel que sobresalía de su camiseta estaba pegada al asiento debido al calor. La verdad es que Susana no quería ni rozarlo, pero intentaba pensar en otra cosa cada vez que el autobús daba un bote y con él, su compañero se movía para recolocarse en el asiento. De la mochila sacó su carpeta azul de la universidad y buscó entre los separadores hasta dar con una hoja doblada por la mitad en la que había unos pequeños trazos hechos a lápiz. Aquella mañana, entre clase y clase, había aprovechado para ir a la biblioteca de la facultad a buscar en Internet la ubicación exacta de la reunión en un mapa y lo había copiado todo en un papel. Según sus cálculos debería bajarse del autobús dentro de tres paradas, pero como no estaba muy segura de dónde se encontraba la iglesia y no aguantaba más a su compañero de viaje, decidió acercarse al conductor a preguntar. El conductor le aclaró sus dudas pero no supo indicarle muy bien hacia dónde tendría que andar una vez en la calle. Parecía que la iglesia se encontraba en una callejuela un tanto escondida. De pie, junto al conductor, Susana miró de nuevo su mapa, que había pasado de tener trazos a tener unos cuantos borrones negros debidos al sudor de sus manos. Se frotó la mano izquierda contra el vaquero y volvió a agarrarse a una barra para no perder el equilibrio. De pronto unos golpecitos en su hombro le hicieron girar la cabeza hacia la derecha. Tenía un abanico posado en el hombro y una gran sonrisa apareció en su cara.

domingo, 23 de marzo de 2014

Próxima parada: Sant Just. Parte I.



Susana, por cuarta vez en el trayecto del autobús, levantó la manga de su jersey gris para mirar el reloj: eran las siete y media. No llegaba tarde, pero el tener que enfrentarse a una nueva situación hacía que sus manos empezaran a humedecerse. Estaba sentada al lado de la ventana en uno de esos asientos de plástico tan incómodos que no paran de agitarse aunque el autobús permanezca inmóvil. A pesar de que todavía no había llegado el verano, el calor era sofocante, o eso le parecía a Susana. Miró a su alrededor y pudo ver que en el asiento opuesto al del conductor una señora agitaba su abanico mientras intentaba arreglarse unos caracolillos rebeldes que caían por su frente. Le resultó muy simpática por su atuendo. Llevaba una especie de bata verde claro con estampados de flores rojas y unos botones blancos bastante grandes para lo que se llevaba entonces. En los pies, unas alpargatas del mismo color que el abanico y, en la cabeza, una margarita enganchada con una horquilla a un moño bajo muy poco definido. A Susana le recordó a su tía Lola en esos días en los que se volvía loca y quería limpiar toda la casa de arriba abajo sin parar ni siquiera a comer. Su tía había decidido hacerse cargo de ella tras la muerte de sus padres y Susana la quería muchísimo, a pesar de sus manías. Lola siempre la había apoyado mucho para tomar decisiones y ahora estaba muy contenta con el nuevo camino que Susana iba a emprender.

jueves, 20 de marzo de 2014

Juntos



Y se servían la ensalada de pasta mientras no podían ocultar la felicidad en sus ojos. Creo recordar que hablaban de películas, de viajes, de gente que conocían y de hacer una pequeña escapada a algún lugar. De repente ella le rozó con su mano en la rodilla y lanzó un suspiro al aire. Él la miró y sosteniendo su mano se levantó de la silla y se dirigió a la cocina. En el horno había un trozo de pan que se estaba calentando para completar esa cena que significaría un nuevo camino en sus vidas. Los dos sabían que todo había cambiado, que el tiempo había pasado, pero se reconocían el uno al otro cuando se miraban a la cara. No era algo que hubiesen podido hacer en mucho tiempo y yo, que los observaba desde la cama, también me di cuenta de eso. Habían estado hablando durante horas mientras se paseaban por la ciudad en busca de un regalo para un amigo. Encontraron el regalo y también el momento para hablar. Hablar, hablar, hablar. Llevaban más de un mes dándole vueltas a la cabeza y en realidad ninguno de los dos sabía lo que quería; pero eso nos pasa a todos alguna vez, ¿no?
No me llego a imaginar las cosas que se dijeron, ni tampoco las que se quedaron por decir, pero la cuestión es que llegaron los dos juntos a casa y que ella ya no dormiría sola esa noche.