martes, 25 de marzo de 2014

Próxima parada: Sant Just. Parte II



Al torcer por una esquina, el autobús dio un bote y el abanico de la señora de los caracolillos cayó al suelo, sacando a Susana de sus pensamientos. La mujer, con cara de disgusto miró al conductor, que seguía conduciendo como si nada, y al ver que no había remedio, se cruzó de brazos y miró por la ventanilla.  Fuera, el sol ya no se veía y las hojas de los árboles se agitaban como si les faltara el aire. Susana, de repente, recordó algo y se agachó para coger la mochila que tenía en sus pies. La abrió con mucho cuidado para no darle un codazo al señor que tenía sentado a su lado. Era un hombre bastante corpulento y parecía que la piel que sobresalía de su camiseta estaba pegada al asiento debido al calor. La verdad es que Susana no quería ni rozarlo, pero intentaba pensar en otra cosa cada vez que el autobús daba un bote y con él, su compañero se movía para recolocarse en el asiento. De la mochila sacó su carpeta azul de la universidad y buscó entre los separadores hasta dar con una hoja doblada por la mitad en la que había unos pequeños trazos hechos a lápiz. Aquella mañana, entre clase y clase, había aprovechado para ir a la biblioteca de la facultad a buscar en Internet la ubicación exacta de la reunión en un mapa y lo había copiado todo en un papel. Según sus cálculos debería bajarse del autobús dentro de tres paradas, pero como no estaba muy segura de dónde se encontraba la iglesia y no aguantaba más a su compañero de viaje, decidió acercarse al conductor a preguntar. El conductor le aclaró sus dudas pero no supo indicarle muy bien hacia dónde tendría que andar una vez en la calle. Parecía que la iglesia se encontraba en una callejuela un tanto escondida. De pie, junto al conductor, Susana miró de nuevo su mapa, que había pasado de tener trazos a tener unos cuantos borrones negros debidos al sudor de sus manos. Se frotó la mano izquierda contra el vaquero y volvió a agarrarse a una barra para no perder el equilibrio. De pronto unos golpecitos en su hombro le hicieron girar la cabeza hacia la derecha. Tenía un abanico posado en el hombro y una gran sonrisa apareció en su cara.

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